sábado, 15 de octubre de 2016

... Por qué le voy a PUMAS ...

. Mis papás se separaron poco después del Mundial de Italia, en 1990. Ya tenía ocho años, pero no guardo recuerdo alguno, ni del proceso de separación ni de los partidos mundialistas. Quizá por no estar presente la selección mexicana gracias a los cachirules, en la televisión nacional no hicieron tanta alharaca. Curioso es que sí tenga algunas imágenes de dos años antes, clavados, esgrima y desfile, en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Tenía seis años a la fecha y entremezcladas con los juegos, miles y miles de muñequitos G.I. Joe y Playmobile propiedad de mi primo-próximo-padrino Fer. Como generalmente sucede, mi hermano y yo permanecimos con mi madre, y a ella no le gustaba para nada el futbol. Ni a mí, en la primaria prefería corretear a las niñas que jugar en el patio de tierra (que no era de tierra, era de piedras, literalmente); jugaba con Carlos ’el amigo’, con Selene y con Leticia, las recuerdo vívidamente. A Carlos y a Selene aún me los encuentro esporádicamente, a Leticia le perdí el rastro (tampoco que lo haya buscado mucho, la verdad). Pero bueno, como a mi mamá no le gusta el futbol, jamás en la casa se vio un partido por la televisión, ni siquiera cuando iba mi abuelo, aficionado de las Chivas de toda la vida. Yo fui a un estadio antes siquiera de ver el futbol en la tele, mi papá nos llevó a mi hermano y a mí a ‘La Bombonera’ a ver a los Diablos contra los Tigres y contra el Cruz Azul. No me encantó de primera intención, pero jamás lo olvidaré. Tenía diez años y una noticia en el periódico de mi abuelo me causó curiosidad. César Luis Menotti dejaba la selección mexicana. Lo interesante para mí es que se llamaba como mi hermano y como yo, cosa extrañísima que jamás había escuchado. Después me enteré que era un campeón del mundo argentino que dejaba abandonado al tri, al equipo de todos, menos mío porque jamás me preocupé por su existencia. En los primeros días de 1993, fui con mi familia a Manzanillo, ahí, en el bar de la alberca, mi abuelo y yo vimos perder a México contra El Salvador 2-1, con un gol de Alberto García Aspe, pero lo que a mí me maravilló de manera especial fue el color del uniforme del portero. ¡Que chido! Nunca había visto algo así y en ese entonces no puedo negar que era un ridiculito que gustaba vestir ñoñamente (sí, ¡era! ¬¬). Me gustó el uniforme de Jorge Campos porque me rompió el esquema. Como pude, investigué en donde jugaba, mi madre dijo: ‘Tiene cara como de que juega en el Santos’. Pero no, no tenía idea. Ese fue el detonante para mi pasión azul y oro. No me avergüenza decir que una vestimenta de payaso naranja y amarillo me acercó definitivamente al que sería y es el equipo de mis amores y desvelos. Los PUMAS de la Universidad Nacional Autónoma de México. Esa era LA selección mexicana: Campos, Suárez, Perales, Patiño, Aspe, España, Nava, Luis García, Luis Flores, Hugo ... Todos PUMAS. Y Miguel Mejía Barón, para rematar lo auriazul disfrazado de verde. Ya estaba en este mundo petaco cuando las finales contra el América, los robos arbitrales, el tercer partido en Querétaro y el ‘Tucazo’. Pero me los perdí. No me interesaba, pero haciendo uso útil por primera vez de mi espléndida memoria, me aprendí fechas, nombres, apellidos, goles, títulos y la alineación ideal de todos los tiempos: Campos; Vázquez Ayala, Suárez, Beltrán y Amador; Negrete, Ferreti y España; García, Cabinho y Sánchez. No puedo evitar, al escribir esto que el recuerdo de glorias ajenas me enchine la piel. Muchas personas se preguntan del porqué mi afición a los PUMAS, si no estudié en la UNAM, pero ya lo he explicado, la huelga de finales/principios de siglo me impidió siquiera hacer el examen de admisión. Sin embargo, eso solamente hubiera reforzado mi fanatismo universitario. Técnicamente no es mi alma mater, pero la siento como si lo fuera, en Ciudad Universitaria pasé buenos tiempos de mi etapa colegial, aun como invitado, aun como ajeno, aunque con una sudadera azul y el puma gigante en oro al pecho no puedes ser un extraño en tu propia casa. Pasaban y pasaban los años y lo más cerca que los PUMAS estuvieron de un título de campeones fue en las semifinales, una vez eliminados por el Cruz Azul, una vez por el Necaxa (¿quién?) y otra por el Morelia. Ni modo, en el deporte se pierde y se pierde y se re pierde, sólo uno puede ganar y no era el tiempo de mi equipo. Por otro lado, mi padre, que murió en 1994 habría sido tan feliz de ver a su Toluca súper campeón en la segunda mitad de los noventa y principios de los dosmiles. Yo compartía ese gusto, pero mi felicidad futbolística no podía estar completa. Tampoco me gustaba mucho otro tipo de futbol que no fueran los juegos de PUMAS, pero siendo novio de Brisa no podría ser de otra manera, ella y su padre, fanáticos acérrimos del Santos de Torreón, me contagiaron el gusto por todos y cada uno de los juegos de futbol. Llegué a ver con ellos el partido Colibríes - Jaguares. ¡Dios! Llegó el año 2004. Mi annus horribilis. Aunque había comenzado en la más feliz de las bonanzas. Yo estaba entrando al segundo semestre de la maestría, tenía un trabajo en el que no hacía mucho, la neta, pero ganaba en dólares, y suficiente, más que suficiente, mínimo mil quinientos al mes de base, más comisiones y primas por proyecto, lo más que llegué a ganar fueron tres mil doscientos en un mes. Me daba la gran vida, nos dábamos la gran vida, Brisa y yo. La confirmación de que ella estaba embarazada no hacía sino aumentar mi felicidad, idealmente nos casaríamos a mediados de año, ella vendría a mediados de marzo a buscar un departamento o casa en venta, para los dos, los tres. Apenas tenía veintiún años y ya sentía que todas las cosas estaban cayendo en su lugar y no podía pedirle nada más a la vida. El domingo veintidós de febrero de ese año, PUMAS perdía en Ciudad Universitaria con Chiapas 1-0. Resultaría su única derrota de la temporada regular en casa. Por la noche, al llamar por teléfono a casa de mi novia, su hermana me recibe con la noticia de que sus padres se la habían llevado a Estados Unidos, a una clínica de ‘planificación familiar’. Me perdí, me volví loco en ese momento, como pude, llegué hasta allá pero ya era demasiado tarde, estaba hecho, estaba muerto, lo había perdido. A propósito. Lo había desechado como basura, como estorbo. Jamás se lo pude ni se lo podré perdonar. Me dolió en el alma perderla, pero la mujer que yo amaba jamás hubiera hecho lo que hizo. Me partí en dos, una parte de mí quería desaparecer, y la otra mitad quería desaparecerla a ella. Dos semanas. Dos semanas más duramos siendo novios hasta que no lo pude soportar más. Nos dijimos adiós para siempre. El domingo veintinuo de marzo, PUMAS empata 2-2 en su visita a ‘La Bombonera’, un penal controvertido y el gol más hermoso que he visto en mi vida (que si la vida y el futbol fueran justos, debió contar como dos), ambos de Bruno Marioni. La semana siguiente, la economía de mi familia es sacudida por una demanda laboral de dos de nuestros ex empleados del bar. Mucho desgaste y mucho dinero y tiempo y gritos y enojos y amenazas nos costó eso. Mi madre se deprime a grado tal que me asusté, jamás la había visto así, ni siquiera cuando murió mi papá; entonces ella fue un ejemplo de fortaleza, pero ahora se le veía disminuida, y yo temí tanto por su salud. El sábado quince de mayo, PUMAS le gana 3-2 al Monterrey en el estadio Olímpico de C.U. Un gol de algo parecido a una chilena de Bruno Marioni y el debut, con el gol del triunfo incluido de Efraín ‘el Chispa’ Velarde, PUMAS calificaba a la liguilla como segundo lugar de la tabla general. El viernes anterior, me habían avisado que en la empresa en la que trabajaba había problemas de liquidez y que nuestro pago se retrasaría unos días. Tenía ahorros, pero también tenía deudas, no me preocupé demasiado. Obviamente, ya no existía la necesidad de comprar un departamento, podía sobrevivir en el que ya estaba, que me gustaba. Después de lo que pasó con Brisa, el embarazo, el aborto y la ruptura me convertí en un oscuro autómata que trabajaba por no tener nada mejor que hacer. Las únicas dos horas de relativa felicidad y sonrisas de mis semanas eran durante los partidos de la Universidad. Se hablaba ya de la posibilidad enorme que tenían de ser campeones, sólo los Jaguares de Chiapas se erguían frente a nosotros como máximos favoritos al título. Para el lunes, nada quedaba ya de la empresa en donde trabajaba. Se habían ido llevándose todo, incluso pertenencias personales de muchos que ahí solíamos dejar. Casi veinte trabajadores nos quedamos con un palmo de narices. Yo con deudas, sin trabajo, sin novia, sin nada. Nada más que los PUMAS. Esa semana Brisa me buscó. Yo no quise ni contestar, en ese momento, todo el peso de lo que me había pasado, de lo que aún me seguía pasando me cayó sobre los hombros. Acababa de cumplir veintidós años y lo que parecía que iba a ser la resolución de mi vida comenzaba a convertirse en un infierno. Yo toqué fondo y PUMAS venció fácilmente al Atlas en los dos partidos de cuartos de final, los Jaguares dieron pena contra el Cruz Azul y ahora enfrentaríamos a los cementeros como los número uno. Mi abuelo guardaba desde que yo tengo memoria una pistola cargada, dentro de un libro hueco en su vasta, vasta biblioteca. Un día me quedé solo en la casa de mis abuelos. No busqué mucho, encontré el libro hueco, saqué la pistola, vi el cartucho perfectamente útil. La tomé entre mis manos, pesaba más de lo que me imaginaba, medí la distancia, comparé la medida de la circunferencia del cañón con la medida de mi boca abierta y pensé en mi abuela. Siempre le ha gustado limpiar la biblioteca, pero dudo mucho que le hubiera gustado limpiar quitando pedazos de Luis esparcidos por tantos y tantos libros. No era del todo desagradable la idea, terminar con el dolor de una vez por todas. Nadie me culparía, y si lo hacían, no importaría de cualquier manera. Podría ver a mi papá, quizá. Para términos prácticos, él también se había suicidado, muy lentamente, envenenándose el hígado y la sangre poco a poco hasta terminar con su lucidez y con su vida. Lo mío sería mucho más rápido. No se que hubiera pasado si no suena mi celular. Era un amigo con boletos para la semifinal en el Estadio de C.U. ‘No tengo dinero’, le dije. ‘No importa, ya los tengo, me pagas en la quincena’. ‘No tengo trabajo’, volví a repelar. ‘Ya los tengo, me los pagas cuando puedas, hombre, es la semifinal, ¡no te la puedes perder!’. Tenía razón, no me la podía perder. Once años habían pasado de afición auriazul como para salirme por la fácil en la antesala del título. Pensé en mi mamá, en mi hermano, en mis abuelos, los únicos que en verdad me extrañarían, los que sufrirían lo indecible con mi falta. Guardé la pistola, el cargador y el cartucho en la misma posición en la que los había encontrado, puse el libro hueco en su sitio y salí. El sol me dio en la cara y respiré vida. Una vida que apestaba sin duda, pero era mía, Dios me la había dado, mi madre me había traído aquí y yo no era nadie para irme sin despedirme. PUMAS ganó espectacularmente la semifinal al Cruz Azul y en una final polémica y dramática, el domingo trece de junio derrotó en penales a las Chivas del Guadalajara. Por primera vez yo miraba a un capitán universitario levantar el trofeo de campeón. No tengo palabras para describir esa sensación. En agosto un nuevo título, Campeón de Campeones derrotando al Pachuca con una goliza impresionante. El trofeo Santiago Bernabeu venciendo en su casa al Real Madrid con una espectacular jugada de Israel Castro. Y de nuevo el campeonato el diecialgo de diciembre ganándole al Monterrey, allá. Bicampeones. Joaquín Beltrán se cansó de levantar trofeos y Hugo Sánchez elevado al rango de dios compartía su fortuna y su divinidad con toda la banda PUMA en el Ángel de la Independencia. ¿Yo? Me levanté, entré a trabajar a la radio la semana siguiente de la final contra Chivas y de ahí pa’l real. Tuve otras noviecillas y una de ellas me regaló prácticamente un ajuar de ropa de PUMAS, chamarras, playeras, gorras, sudaderas y demás. ¡Aaaaah, la amé!. Pero no tanto como a mis colores. Del naranja y amarillo de Jorge Campos al azul y oro de Fonseca, ‘Parejita’, Botero, Alonso, Pineda, Bernal, Lozano, Aílton, Leandro, Verón, Galindo, Iñiguez, Toledo, ‘Pikolín’, a ellos, a los que ya mencioné especialmente y a otros que se me escapan, y a Hugo, siempre a Hugo. Hugo Sánchez y a Hugo mi amigo que me invitó a la semifinal. ¡Gracias! Pase lo que pase hoy y el domingo, por mi raza hablará el espíritu. ¡Cómo no te voy a querer! (Escrito previo a la final PUMAS - Pachuca en 2009)

No hay comentarios: