sábado, 15 de octubre de 2016

... Sobre matemáticas ...

. No soy ingeniero yo, pero algo sé de matemáticas. Cuando era un imberbe ñoño secundarioso, en el remoto año de 1996, fui a la Olimpiada de Matemáticas. Sólo para sufrir una estrepitosa derrota contra un amarillo de ojos rasgados y piel cetrina que medía la mitad que yo y usaba un peinado de casco prusiano. Bueno, en realidad no fue así. En México las Olimpiadas de Matemáticas no son como en gringolandia, al menos las organizadas por la Universidad Nacional Autónoma de México (Premio Príncipe de Asturias de Humanidades - Patrimonio de la Humanidad - Hogar de los PUMAS). Simplemente consiste en un examen dificilísimo aplicado en un salón atiborrado con decenas de ñoños pubertos, divididos en categorías tan simples como la edad fisiológica. Por lo tanto no fui derrotado por un futuro genio de Singapur llamado Sang Nang, sino por cientos de futuros desempleados o subempleados o vaya la madre a saber en qué se convertirían esos prodigios de catorce años. (Si de algo estoy seguro, y eso sin necesidad de hacer cálculos sobresalientes, sino a ojo de buen cubero, que ni el diez por ciento de los ahí presentes dejarían de ser vírgenes al año siguiente, como yo, ja). Fue la primera vez que pisé el ITAM. Y fue increíble. Cuando regresé a mi casa y mi mama vio la luz que salía de mis ojitos (verdes, hermosos), namás me dijo: "Es muy caro, necesitas estudiar más para que te den una beca". Pots, no es por nada, pero a pesar de que no soy ingeniero yo, pocas, muy pocas veces he estudiado para algo. Normalmente, poner atención en clase, hacer los trabajos y leer los reportes son suficiente fuente de aprendizaje. No es ñoñez (bueno, quizá sí un poco), pero de que hay gente a la que le cuesta trabajo aprender, hay. ¡Pobres! Bueno, ya he dicho miles de veces que de poder cambiar una cosa de mi vida habría cambiado la universidad en la que estudié. Nada en contra de mi Alma Mater, pero siempre la sentí como un premio de consolación, o más bien un castigo por mi prisa, por mis ganas de no quedarme esperando un año sin hacer nada. La estúpida huelga de la UNAM fue la que dio al traste con todo. Pude haberme esperado y entrar a actuaría en la máxima casa de estudios, pude en realidad esforzarme para tener la beca del ITAM, pude seguir todo el camino para entrar a Diseño de la Comunicación Gráfica en la UAM o pude conseguir la beca para Comunicación en la Universidad Panamericana. Todas opciones reales y realistas. Pero terminé yendo al cadalso de mis habilidades y al patíbulo de mis ganas de aprender. Poco a poco fui olvidando todos los números y poniendo mucho más atención a las letras. Mea culpa, lo sé, en un mundo ideal no tienen porqué ser excluyentes, pero lamentablemente así ha sido hasta ahora. Siempre tuve la curiosidad del porqué, en una cultura occidental con base numérica en diez, de pronto hay cosas que nos sacan de onda, como ciertos parámetros con base en doce. ¿No? ¿Nunca han pensado por qué los años se cuentan por diez? Décadas, siglos, milenios. Pero a su vez se dividen en doce meses. De por sí uno es bestia con los números y luego se lo ponen más rudo, pero bueno, eso ya es manía. No es un conocimiento tan difícil tomando en cuenta que es algo con lo que hemos vivido siempre. Pero no siempre eh. Los sumerios, esos viejos, viejísimos seres mitológicos (no son mitológicos ya sé) a los que se les da por llamar 'La primera y más antigua civilización del mundo', tiene toda la culpa. Desde tiempos inmemoriales, se dedicaron a observar el cielo y el movimiento de los astros. Los cuales tenían un comportamiento por demás regular, por lo tanto predecible, por lo tanto utilizable. Y lo hicieron. Comenzaron a ver figuritas entre las estrellas y a ponerles nombres de animales y cosas y otras rarezas. Luego los griegos se los pidatearon y de ahí salieron los doce signos del Zodiaco. Ajá, doce y no diez. ¡Culpa de los sumerios! Es la misma razón por la que el año dura doce meses, el día veinticuatro horas (doce por dos), la hora sesenta minutos (doce por cinco) y el círculo 360 grados (doce por treinta). Yo no sé si lo hicieron a propósito, o si por causas de la evolución ahora hemos perdido el sexto dedo en manos y pies. Pero de no ser así, ¡vaya bromita que nos jugaron a quienes todavía contamos con los dedos!

... Sobre vivir en una ciudad pequeña ...

. Nací y crecí en una ciudad pequeña. Cuidado, si vienen por acá, no vayan a decir jamás que es un pueblo, no, no. Mis paisanos se sentirán ofendidos si a nuestra bienamada ciudad pequeña es insultada y vilipendiada al llamarla despectivamente pueblo. Además que siempre es bueno saber que aquí no existen ni la izquierda ni la derecha, más bien nos orientamos por 'lado morral' y 'lado machete'. Ahí ustedes dicen si se arriesgan. Pero no siempre fue así. Alguna vez fue un lindo pueblito con crepúsculos arrebolados en donde los párvulos podían corretear entre jardines al salir de la escuela ataviados con rojos overoles y zapatos de charol. Mi abuelo es poblano, mi abuela hidalguense, pero todos sus descendientes nacimos aquí o al menos hemos vivido aquí la mayor parte de nuestras vidas. Toda la familia de mi papá es de Toluca, yo viví allá algún tiempo, pero siempre sabiendo que mi casa estaba del otro lado, en la micrópolis barbacoyera. Así que, cuando pequeño, todo mi mundo se reducía a tres niveles, el primero, el piso, donde estaba mi hogar y todo; el segundo, México D.F. la gran ciudad capital (que en ese entonces no sabía lo que significaba); y el tercero, Toluca. Lo relacionaba así porque el ir a México nos tardaba una o dos horas mientras que a Toluca, tres o cuatro. Aunque ahora que lo pienso, la frase ir a México es taaaaan provinciano. - ¿Qué quieres hacer cuando seas grande m'ijo? - ¡Ir a México a estudiar la secundaria 'apá! Porque eso de vivir a las orillas de una gran ciudad no está tan padre. No hay tanto tráfico, no hay tanta gente, no hay tanta contaminación, no hay tanta inseguridad, no hay tanta corrupción, no hay tantos peligros. Dicen. Pero no es cierto nada de eso. Mi pequeña ciudad, concebida como pueblo no estuvo nunca preparada para la explosión demográfica. Las calles son estrechas, las viviendas son escasas, los terrenos son caros, los servicios deficientes, los políticos perredistas, los autos son muchos y el aire viciado. Y es que a pesar de ser un pueblo una ciudad pequeña, yo nunca entré en la dinamica propia de. Por ejemplo: Nunca fui en la misma escuela que mis vecinitos, todos mis amigos vivían re lejos, relativamente, pero a veces me era imposible ir caminando para jugar en sus casas, tenía que tomar transporte o pedirle a mi madre que me llevara. En la adolescencia, cuando aprendí a manejar (y descubrí que lo odiaba) pude ser un poco más independiente en ese sentido e ir a donde se me hinchara la gana. Pero entonces mi mamá no me prestaba su auto para ir a México. Además que llamar por teléfono al defe era y sigue siendo larga distancia. Otro drama. Cuando pude huí. Pero siempre he vuelto, por una u otra razón, siempre vuelvo. Y no quiero, conscientemente quiero irme de aquí pero invariablemente termino regresando a la querencia. Yo sé lo que sienten los que viven en Guadalupe, en Zapopan, en Ramos Arizpe, en Puerto Morelos, en Tecate, en Progreso. O en Nueva Jersey, o en San Petesburgo, o en Saint-Denis ... Tampoco es lo mismo vivir en Londres cerca del metro Insurgentes que vivir en London cerca de West Ham. Aunque en los dos lados te partan a cuchilladas, nuncajamásmente será lo mismo ser apuñalado por un puñal neo chíchifo que por un simple neo punk. ¿O sí? Me gusta la tranquilidad pero extraño el ruido. Me gusta llegar caminando a todos lados pero extraño el bullicio. Me gusta encontrarme a la gente a donde vaya pero extraño el ser incógnito. No me gusta la barbacoa y extraño las pizzas de Papa John's. Quiero la ciudad. La quiero. La extraño. Aunque no le diría que no jamás a The City.

... Sobre el insulto y el ostracismo ...

. "Cuando yo uso una palabra en un tono ligeramente desdeñoso, significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos". Humpty Dumpty. Desde cualquier punto de vista, cada blog es un reflejo de su dueño, de su autor, tanto en su diseño como en su contenido. Los hay muy simples, minimalistas, retacados, complejos, artificiales, ruidosos, estridentes, silenciosos, aburridos, interesantes o divertidos. Los blogs y las páginas personales en redes sociales reflejan intensamente la personalidad del individuo. Pero en algún momento, el mundo se torció y los espacios virtuales se convirtieron en una apología al mal gusto, a la acumulación como retórica de lo kitsch. Gracias a Dios, mi vicio actual -facebook- nos permite a nosotros, simples usuarios de una red monstruosa y a ratos morbosa, conservar un poco de lo que aún nos queda de dignidad y autorrespeto al no permitir que los perfiles sean tapizados como a cualquier pelagatos se le hinche. ¡Bendito sea el comunismo facebookiano! Sé que quienes me conocen, saben que todo lo que tenga un ligero tufillo a Marx me causa escozor en los gumaros, pero también he de aceptar, en medio de un grave conflicto moral, que me contradiré a sabiendas y a propósito. ¡Me encanta que todos los perfiles de facebook sean iguales! No concibo la idea de que algún día se convierta en un hi5 con esteroides y entonces entre a ver alguna foto o cierta información de contacto o un test, y que mis ojos (verdes, hermosos) sean profanados por colores chillantes y destellos convulsionantes, o que mis bocinas sean violentadas por acordes que no pedí, que quizá no me gustan y acaso me molestan. Facebook, al coartar esa posibilidad, le da a la red un mecanismo mucho más homogeneo para intercomunicarse. No pasa eso con los blogs. Los hemos perdido, han sucumbido ante los deseos retóricos de los progamadores. Los espacios físicos tampoco se salvan de la injuria. Mi oficina, mi cuarto, mi departamento, mi barra del bar y cualquiero otro espacio en donde me mueva, tiene todo que ver conmigo. Todo permanece en un orden preciso y un equilibro perfecto para lo que pretendo. Hace relativamente poco tiempo, estuvo de moda despotricar contra (o a favor, ya no sé) de los comentaristas anónimos que se empeñan en molestar a la gente. Yo no he pasado por eso, creo. Porque a pesar que en mi blog se destila veneno, casi nunca es personal ni dirigido a alguien en específico. Nada con nombre ni apellidos (aunque a veces fotos jajaja) y siempre ha existido un ambiente de respeto entre el autor y el lector / comentarista. Mis anónimos son perfectamente identificables porque no lo hacen con afán de fregarme, sino de compartir sus palabras con el mundo. Sólo una vez una anónima (perfectamente identificable) me acusó de haberle contagiado cierta enfermedad nada pudorosa, cosa por completo falsa y carente de lógica y posibilidad, que además con el tiempo resultó ser una mentira para llamar la atención. Un anónimo inidentificable me dejó días atrás esto: "wow, cada que te leo, mojo mis underwears". Para nada es molesto, hasta es un halago, creo. A menos que fuera hombre y entonces sería un halago nada halagador para mí. Es tan común caer en el discurso fácil de "Si no te gusta lo que lees, no leas". Pero esa frase tan socorrida plantea una incongruencia enorme. Yo no puedo saber si algo me gusta o no si no lo leo. Pero, un momento, no estoy ni de lejos defendiendo a los comentaristas ofensivos. En lo que creo y defiendo con uñas es en la libertad de cada quien hacer lo que quiera. Michael Ende da la lección. En la parte posterior de Áuryn está grabada precisamente esa leyenda: "Haz lo que quieras". Trampa y destino de los simples mortales que, enamorados del poder absoluto se pierden inexorablemente en sus deseos. Incógnito les pasa el hecho de que a cada acción corresponde una reacción de igual fuerza y magnitud pero en sentido opuesto, de que los actos tienen una consecuencia. Si la posibilidad existe, los comentaristas tienen todo el derecho de despotricar contra el autor, de faltarle al respeto, de intentar ligarlos con frases aburridas, de escribir basura si ellos quieren. Tanto derecho es el de ellos como el del autor a molestarse, a comenzar una guerra verbal o simplemente a borrarlos y por lo tanto ser acusado de censor, de intolerante. Pero es un precio que los más están dispuestos a pagar. Yo al menos lo estoy. Las palabras lanzadas al público tienen reacciones y consecuencias, ya lo dije, pero no está de más el hacerlo notar. Y bien dicen que el que a karma mata, a karma muere. Y es mi derecho el eliminar la posibilidad anónima. Los griegos inventaron el ostracismo como castigo supremo para los políticos corruptos, esos que en su afán de notoriedad, pasaban por encima de toda ley escrita o no. Una vez que por medios funestos alcanzaban el reconocimiento y la popularidad y eran descubiertos, de inmediato eran lanzados al ostracismo. Ni siquiera a la ignominia, nadie daba un peso por ellos, o una ramita de laurel para tal caso. No es algo chido el ignorar.

... Sobre las corbatas ...

. Tendría un año o quizá un poco más que no me ponía una corbata. Bueno, no, miento, el día de la boda de Zoe, una chica que trabajaba en la oficina debajo de la mía hace un par de años. Y eso fue en octubre, a principios, así que, no soy temporólogo y me da flojera hacer la cuenta del tiempo que ha pasado sin que me pusiera una corbata. Porque ayer usé una. Mal, quizá. Chueca y con el último botón de la camisa desabrochado. Pero hacía calor espantosamente. Y parecía que un gato la había usado como papel higiénico, la camisa, no la corbata, porque de pronto me descubrí una manchita café en la manga. Lo peor es que no pasó ni media hora desde que me la puse (obviamente ya había salido de mi casa) cuando una comezón espantosa me atacó alrededor del cuello. Impresionante. Y haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad de la que soy capaz (y con la ayuda de pequeños golpecitos en la zona afectada), conseguí aplacarla por momentos. Todo mi lindo puerquecito sufre por la desacostumbrancia a ser el hombre elefante (usar trafe y corfata). Que desde hace años, cuando trabajaba en el corporativo fraudulento no tenía necesidad u obligación de. Pero cuando tenía siete años (maso) me gustaba ir a la iglesia de corbata. De esas corbatas que tienen ganchitos, oh sí, me veía tan galancito... Pero bueno, hace veinte años también gustaba de vestirme de futbolista, o de luchador, así que no cuenta en realidad. Mi cuello es re sensible, en general toda mi piel de princesa (chale). Soy alérgico al polvo y al pelo de los gatos. Me lleno de ronchas en el cuello cuando estoy en constante exposición a los ácaros, o con la simple cercanía con los felinos. Entonces no sé si sea coincidencia o no, pero creo que un gato vive en mi ventana. Ayer todo el tiempo que estuve en mi cuarto mi nariz no paraba de gotear y gotear (¿Megah quieres ver?). Digo que no sé si fue o no coincidencia porque la camisa me provocó lo que hace mucho no me pasaba. El estrés a causa de la comezón, la alergia. La primera vez que recuerdo esa espantosa sensación fue en la universidad, durante mi estúpido protocolo de tesis con mi estúpido asesor que sirvió para dos estúpidas cosas. Tanto estrés y tanta impotencia porque nada de lo que hacía le gustaba, tanto que hubo que mover cielo y tierra para poder titularme (pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión), pero bueno, en esos días, mi cuello era una zona de guerra. Luego volví a ser atacado durante la semana previa a mi debut radiofónico. En el casting no puse demasiada atención a los chicos pues estaba precupado por no rascarme enfrente de todos. Confié en mi productor y al final todo salió bien. El año pasado, durante la grabación de la primera parte del documental sobre educación rural (que este año hice la segunda parte, y ejem, no me han pagado por cierto... ¬¬), tanto polvo y olores y pueblos y niños desnutridos con caras tristes me pusieron casi al límite. Y ayer pensé que me atacaría de nuevo, pero no, o no dejé que pasara a mayores. Cierto es que me estresa la falta de un trabajo estable (más por las constantes quejas de mi madre de que consiga mejor un trabajo de ocho horas diaras y que paguen cada quince días), me estresa también que no me paguen mi dinero cuando dicen que lo harán, pero cierto es también que sigo flotando entre nubes y me siento tan lleno de éxito que sé que nada va a salir mal. (And nobody, in all of Oz, no wizard that there is or was, is ever gonna bring me down...) Esas cosas que nos cuelgan a los hombres y que a muy pocos se les ve bien, anchas, delgadas, con puntitos, de rayas, cortas, largas, feas, más feas, lisas, con textura, etc. ¡Imagínense la vida con una de esas al cuello! Habrá a quien le guste, no lo niego. Tampoco es que sean símbolo de poder y dominación del empleado subyugado. Simplemente ya no quiero entrar en la dinámica del encorbatado. Aunque si valiera la pena ($$$$$$$) me tragaría mis palabras aunque ni la comida me pasara por el cuello apretado. Y me veo guapísimo de corbata eeeh.

... Sobre lo políticamente correcto ...

. De pronto no sé bien a bien qué pensar. Digo, podría salir con el fantasioso cliché que tanto odio, pero sería como darme una patada en mis propios gumaros. Yo no sé qué es lo que pasa por la mente de a gente que habla pestes de algo pero después se lava las manos, se cura en salud al afirmar que 'tiene muchos amigos así'. Me estoy enredando. Hace tiempo, cuando trabajaba en PROMECC fui a grabar un evento tipo Olimpiadas Especiales con los niños del DIF. Chamaquitos de todos los niveles económicos y con distintos tipos de discapacidades. Nenes y nenas con síndrome de Down, otros solamente con retraso mental, con secuelas de polio o amputados por accidentes o por malformación genética. Los papás que estaban con sus hijos tenían y tienen toda la disposición del mundo de compartir con ellos un rato de diversión. Muchos no se dan cuenta del sentido de competencia y lo único que hacen es pasársela bien. Salir, correr por el pasto los que pueden, rodar otros o simplemente estar sentaditos en su silla de ruedas viendo a más gente de la que acostumbran encerrados en su casa o en hospitales. Entonces, escuché a algunas de las maestras que estaban a cargo de los niños diciendo: "Yo no sé cómo las mamás aguantan a esos mocosos, yo no podría, no tendría la fuerza". Me dio coraje, obvio que nadie tiene la fuerza hasta que la necesita. Bueno sí, hay quien nace con la vocación de servicio y de cuidado, pero no es la mayoría. Yo podría decir que tampoco sería lo suficientemente fuerte, pero ¿cómo no serlo por alguien a quien amas más allá de cualquier medida? Y nadie lo sabe, hasta que pasa. No son ángeles, son personas. El tratarlos diferente a los demás también es discriminarlos. Los que tienen síndome de Down sólo tienen síndrome de Down, no son estúpidos, entienden perfecto si alguien les habla, y se dan cuenta cuando alguien es condescendiente. Y podría jurar que lo odian. Yo lo haría. Los paladines defensores de los derechos humanos y la no-discriminación se rasgan las vestiduras y se rompen en pedazos por el afán perenne de que no se le llame a las cosas por su nombre. ¡Como si ofendiera! A veces la verdad ofende, pero ofende más un disfraz. Tampoco es chido cuando resulta que todo mundo tiene miles de amigos homosexuales. Nadie está de acuerdo con la jotez pero la respetan porque tienen muchos amigos gays. ¿Y si no los tuvieran? Saldrían a la Zona Rosa con un rifle de asalto a matar maricones seguramente. Yo no tengo amigos homosexuales. No al menos que lo acepten abiertamente. Porque no es importante. Si mi amigo que está en el clóset (aparentemente) decide salir, no dejaría de ser mi amigo por eso. Dejaría de serlo si la persona liberada es por completo diferente a como yo lo conocía y me agradaba. Pero idealmente no tendría que ser así. Conozco gays (porque a veces no es lo mismo ser joto que ser homosexual), pero hasta ahí. Las veces que fui al Living me la pasé genial. Bueno, yo no tengo autoridad moral para decir que la gente no se besuquee en público, por lo tanto no me molesta ver a dos bigotones pegados como con velcro, o a dos lolitas compartiendo labial con brillo y ... ¿en qué estaba? Ajá. Por eso siempre que alguien dice que está en contra de cualquier cosa, pero que tiene muchos amigos así (no vaya yo a pensar que es un trasnochado perredista enano rencoroso que no tiene corazón), en efecto pienso que es un trasnochado perredista enano rencoroso que no tiene corazón. Tengo millones de prejuicios. Discrimino a los feos por feos, a los idiotas por idiotas, a los mamados gachos por mamados gachos (je). Pero también admiro a los inteligentes por inteligentes, a los cultos por cultos y a los admirables, pos por admirables. Y respeto a todo aquel que sea merecedor de tal privilegio. Vaya que sí ...