sábado, 15 de octubre de 2016

... Sobre lo naco ...

. ¡Maldita sea! No digo que sea malo, pero no está tan chido el ser tan fácilmente influenciable. Por escritores, guionistas, poetas, editorialistas, merolicos, charlatanes y hasta gordos amarillos de caricatura. Sería absurdo y jamás lo haría (y me darían ganas de patearme mis propias bolas si lo llegara a hacer), el autoproclamarme como el hombre más auténtico del mundo, no, no. De verdad que me castra las pelotas cuando escucho o leo que alguien se vanagloria de la más original autenticidad, claro, a sus veintipocos años han construido por sí mismos toda su personalidad, sin copiarle a nadie, analizando cada una de las situaciones del universo con sus propios pensamientos. ¡Mecachis! Yo no, mi modo de hablar, las frases que utilizo al escribir, mis opiniones generales y la forma en que mis ojos (ajáaaa) ven el mundo son movidas por los autores que admiro. Tolkien, Amparán, Pollock, Xoconostle, Camus, Castañeda, Lovecraft, Cervantes Saavedra, Groening, Velasco, Coen, Zapata, Roth, Alvarado, McCarthy, Saramago, Grass, Bucay (ajá, ¿y qué?), Wenders, Páramo, Jackson. Y Mario ... Pero no, esta entrada no trata sobre lo que todos saben y si no, no existen. Esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión* (*¿Ven? ¡Michael Ende!). Hace un par de semanas comencé o más bien recomencé Diablo Guardián. Y me ha costado trabajo seguirle el ritmo pues no dejo de ver a Violetta con un rostro, un cuerpo y una actitud que antes no veía, que antes no reconocía porque no había conocido a nadie que encarnara tan a la perfección la esencia con la que -yo pienso- Xavier Velasco dotó a su tramposa. A Pig siempre lo he visto y lo veré como un reflejo superlativo de mí mismo. Tanta barbaridad dicen esos dos que me reducen. Todas las palabrerías con las que Violetta se refiere a los nacos me hacen cagar de la risa (aparte de que casi siempre leo en el baño, convenientemente). Zuz seguramente sabrá a qué se refiere el título. ¿Quién chingados define lo que es naco y lo que no? ¿Quién lo que es nice o fashion? Y sobre todo, ¿por qué tanto pinche drama para definirlo? Sí, la verdad es absoluta e indivisible, de eso yo no tengo duda alguna. Lo que no me queda claro es el porqué la diferencia de opiniones entre la gente, es curioso. Aquí una reproducción libre de una conversación con Cris-cris-cristina la semana pasada: C-c-c (curiosa): ¿Y qué pasó con la naca aquella que te acosaba? Luis: ¡No le digas naca! Ella no se asume como tal así que creo que debemos respetar su percepción. C-c-c (haciéndose la indignada): ¡Pues es una naca y me vale lo que digan tú y ella! Luis: Además, ella dice que tú eres naca. C-c-c (hirviéndole la sangre): ¡¿Pero cómo se atreve?! Luis: Pues de la misma manera en la que tú te atreves a llamarla naca a ella. C-c-c: Ella es naca y fea y no sé ni por qué te gustaba. Luis: Porque es linda y la quiero, o bueno, la quería (ups, resbalón). Lo dices sólo porque te cae mal, y ¿qué crees? Tú también le caes mal a ella. C-c-c (muriendo): ¡Déjame en paz! Y no me hables de esa mujer jamás, jamás. Tomando como ejemplo sin conceder, si Cristina fuera una naca, ¿qué credibilidad tendría en tildar a otras como tales? ¿Acaso entre iguales se reconocen? ¡Claro, tiene todo el sentido! Y también viceversa* (*¡Oh, de nuevo!). No sé si sea química, reciprocidad o simple mamonez. Ante los ojos de un pastor, sin duda todas las ovejas les parecerán iguales, pero cierto es que para las mismas ovejas, cada una es única* (*Tolkien). Pero con qué autoridad uno define como naco o corriente a un idiota con playera del américa. Ya lo sé, con la autoridad que da (en este caso) la más definitiva de las obviedades. Porque además lo naco es cuestión de actitud. Nada que ver con el nivel de estudios, de ingresos o de lo que sea (aunque sí de gustos futbolísticos eh), pero eso ya se ha discutido hasta la saciedad en otros lares, no aquí. Aquí todo es pacíficamente ñero. Una tipa que se considera a sí misma como mi amiga no duda en llamar indias y nacaldrafas a todas mis mujeres sólo con ver su fotografía. Claro, lo dice con todo el derecho que le da el portar uñas postizas de dos centímetros de largo, decoradas con cuanta colorida fruta exótica y tropical existe de este lado del ecuador, o del otro para el caso es lo mismo. De verdad que sus uñas parecen contagiadas por el peor de los herpes venéreos (no simplex). No hay tos. Por la sencilla razón de decirse mi amiga, se cree con la obligación, no, el deber de criticar a cuanta mujer se me acerca. Ya ni mi madre hace eso (bueno, sí). Entonces, ¿son o no son? Chale, ¿dónde están los hombres cuando los necesita uno? Que en la oficina siento que los estrógenos se me clavan cual ponzoña en los sentidos. De pronto solamente escucho el continuo graznar de las aves de rapiña, aunque la realidad es que todas las mujeres de la oficina están hablando al mismo tiempo, algunas quizá conmigo. Pero yo no hago caso, no entiendo, me abstraigo, dejo de pensar en el entorno y me concentro en la pantalla de la blanquita (mi lap); o si no, básicamente en los grandes ojos, los marcados brazos, la suave piel, la inenarrable espalda baja, el insinuado escote y la dulce, dulce voz de ... Ajá, sí, tal vez, de pronto, a lo lejos llegue a escuchar mi nombre en medio de un mínimo pujido, entonces mis sentidos se alertan y de nuevo el sonido de la jungla. ¡Reinas! Y ayer me preguntaron que con qué título quería aparecer en los créditos del proyecto en el que estoy inmerso. “¡Pos’ ninguno!” Contesté yo. “Luis de Pablo na’más, ¿pos’ qué más?” “No, pero, ¿licenciado, o qué?”. Chale de nuevo. Pos’ sí soy licenciado, eso dicen mi cédula profesional (una tarjetita en la que salgo con cara de narco de Reynosa) y un papelote con una foto de saco, camisa y corbata (que se me rompió de una orilla por güey, pero sh, no le digan a nadie). Algunos hasta dicen que soy Maestro y eso. Pos’ sí, estudié una maestría ¿y eso qué? No me hace mejor ni peor. Para mí no funcionan los modernos títulos nobiliarios. Como si el nombre de un tipete no fuera suficiente, y haya que endilgarle el prefijo lic. o ing. o dr. o arq. para hacerlo siquiera un poquitito respetable. Digo, está chido que a aquellos a los que estudiar les costó tanto trabajo presuman de sus logros ante el mundo. A mí no. Me bastó ir puntual a cada una de mis clases de la universidad para tener un excelente promedio, y si no obtuve mención honorífica fue por titularme con la maestría, no por tesis (otro drama). Y la maestría tampoco fue la gran caca, cierto que estuve en el patíbulo con el profe de Investigación de Operaciones (que por cierto, también se parecía a Jaimito el cartero), pero salí del paso indemne. De cualquier manera, todo lo que sé (o no) lo he aprendido en la calle, en el trabajo, creo o donde sea. Suelo decir, medio en broma y tres cuartos en serio cuando me preguntan qué estudié: "Ajá, pues, Mercadotecnia, durante cuatro años y desde entonces me he dedicado a olvidarlo". Cierto es que hace muchísimo tiempo que no he trabajado específicamente en lo que estudié, cinco o seis años tal vez (espero que no lean esto mis futuros empleadores). Pero bueno, el punto es que -lo siento si se lastiman frágiles egos y pequeñas susceptibilidades- las personitas que en serio les costó noches de desvelos y de quebraduras de cabeza el lograr un seis en Computación I, tienen todo mi respeto y admiración y nada me haría más feliz que ver sus rostros radiantes cuando les entreguen por fin sus tarjetas de presentación con marquito dorado y el logotipo de su alma mater en ídem. ¡Oh sí! La neta me enerva ese tipo de gente. Conocí alguna desdichada ocasión a un tocayo que en sus tarjetitas ponía: “L. Enrique Blablabla”. Toda la gente le decía “Licenciado”, pero obviamente su nombre era Luis Enrique, y él feliz de la vida porque la gente le llamaba así. Bueh, creo que sobra decir que con trabajos terminó la secundaria el imbécil ese.

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