sábado, 15 de octubre de 2016

... Sobre el insulto y el ostracismo ...

. "Cuando yo uso una palabra en un tono ligeramente desdeñoso, significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos". Humpty Dumpty. Desde cualquier punto de vista, cada blog es un reflejo de su dueño, de su autor, tanto en su diseño como en su contenido. Los hay muy simples, minimalistas, retacados, complejos, artificiales, ruidosos, estridentes, silenciosos, aburridos, interesantes o divertidos. Los blogs y las páginas personales en redes sociales reflejan intensamente la personalidad del individuo. Pero en algún momento, el mundo se torció y los espacios virtuales se convirtieron en una apología al mal gusto, a la acumulación como retórica de lo kitsch. Gracias a Dios, mi vicio actual -facebook- nos permite a nosotros, simples usuarios de una red monstruosa y a ratos morbosa, conservar un poco de lo que aún nos queda de dignidad y autorrespeto al no permitir que los perfiles sean tapizados como a cualquier pelagatos se le hinche. ¡Bendito sea el comunismo facebookiano! Sé que quienes me conocen, saben que todo lo que tenga un ligero tufillo a Marx me causa escozor en los gumaros, pero también he de aceptar, en medio de un grave conflicto moral, que me contradiré a sabiendas y a propósito. ¡Me encanta que todos los perfiles de facebook sean iguales! No concibo la idea de que algún día se convierta en un hi5 con esteroides y entonces entre a ver alguna foto o cierta información de contacto o un test, y que mis ojos (verdes, hermosos) sean profanados por colores chillantes y destellos convulsionantes, o que mis bocinas sean violentadas por acordes que no pedí, que quizá no me gustan y acaso me molestan. Facebook, al coartar esa posibilidad, le da a la red un mecanismo mucho más homogeneo para intercomunicarse. No pasa eso con los blogs. Los hemos perdido, han sucumbido ante los deseos retóricos de los progamadores. Los espacios físicos tampoco se salvan de la injuria. Mi oficina, mi cuarto, mi departamento, mi barra del bar y cualquiero otro espacio en donde me mueva, tiene todo que ver conmigo. Todo permanece en un orden preciso y un equilibro perfecto para lo que pretendo. Hace relativamente poco tiempo, estuvo de moda despotricar contra (o a favor, ya no sé) de los comentaristas anónimos que se empeñan en molestar a la gente. Yo no he pasado por eso, creo. Porque a pesar que en mi blog se destila veneno, casi nunca es personal ni dirigido a alguien en específico. Nada con nombre ni apellidos (aunque a veces fotos jajaja) y siempre ha existido un ambiente de respeto entre el autor y el lector / comentarista. Mis anónimos son perfectamente identificables porque no lo hacen con afán de fregarme, sino de compartir sus palabras con el mundo. Sólo una vez una anónima (perfectamente identificable) me acusó de haberle contagiado cierta enfermedad nada pudorosa, cosa por completo falsa y carente de lógica y posibilidad, que además con el tiempo resultó ser una mentira para llamar la atención. Un anónimo inidentificable me dejó días atrás esto: "wow, cada que te leo, mojo mis underwears". Para nada es molesto, hasta es un halago, creo. A menos que fuera hombre y entonces sería un halago nada halagador para mí. Es tan común caer en el discurso fácil de "Si no te gusta lo que lees, no leas". Pero esa frase tan socorrida plantea una incongruencia enorme. Yo no puedo saber si algo me gusta o no si no lo leo. Pero, un momento, no estoy ni de lejos defendiendo a los comentaristas ofensivos. En lo que creo y defiendo con uñas es en la libertad de cada quien hacer lo que quiera. Michael Ende da la lección. En la parte posterior de Áuryn está grabada precisamente esa leyenda: "Haz lo que quieras". Trampa y destino de los simples mortales que, enamorados del poder absoluto se pierden inexorablemente en sus deseos. Incógnito les pasa el hecho de que a cada acción corresponde una reacción de igual fuerza y magnitud pero en sentido opuesto, de que los actos tienen una consecuencia. Si la posibilidad existe, los comentaristas tienen todo el derecho de despotricar contra el autor, de faltarle al respeto, de intentar ligarlos con frases aburridas, de escribir basura si ellos quieren. Tanto derecho es el de ellos como el del autor a molestarse, a comenzar una guerra verbal o simplemente a borrarlos y por lo tanto ser acusado de censor, de intolerante. Pero es un precio que los más están dispuestos a pagar. Yo al menos lo estoy. Las palabras lanzadas al público tienen reacciones y consecuencias, ya lo dije, pero no está de más el hacerlo notar. Y bien dicen que el que a karma mata, a karma muere. Y es mi derecho el eliminar la posibilidad anónima. Los griegos inventaron el ostracismo como castigo supremo para los políticos corruptos, esos que en su afán de notoriedad, pasaban por encima de toda ley escrita o no. Una vez que por medios funestos alcanzaban el reconocimiento y la popularidad y eran descubiertos, de inmediato eran lanzados al ostracismo. Ni siquiera a la ignominia, nadie daba un peso por ellos, o una ramita de laurel para tal caso. No es algo chido el ignorar.

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