sábado, 15 de octubre de 2016

... Sobre el ministerio público ...

. Ésta es la historia de un amable y bonachón servidor público, guardián de la ley y el orden en la caótica ciudad de la esperanza. Su nombre es el oficial Erick López Herrera. Un hombre alto, delgado y guapo, cuyas profundas convicciones sociales lo llevaron a dedicar su vida, su cuerpo y su alma al servicio público y a la conservación del estado de derecho en esta ciudad llena de gente ingrata, de personas cuya única misión en la vida es juzgar a los demás, criticarlos y hacerlos perder el tiempo. El oficial Erick López Herrera desechó una beca completa que le fue otorgada para estudiar finanzas bursátiles internacionales en la Universidad de Columbia en Nueva York, para entrar al 41 veces glorioso cuerpo de policía de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. Con estos antecedentes, sale todos los días a las peligrosísimas y mojadas calles capitalinas en compañía de su inseparable e incorruptible pareja, la oficial Eréndira Pérez González para cumplir su deber: defender a la autoridad de la desfachatez de los abusivos ciudadanos que sólo buscan molestar. Así comienza su triste y valerosa historia del fin de semana. Cuando patrullaba sobre avenida Cuauhtémoc a las ocho de la noche, deseando que la noche fuera tranquila pues le aguardaba un turno nocturno, no por no querer trabajar, ¡no qué va! Estaba deseando que no pasaran desgracias a los pobrecitos ciudadanos, si todo estaba en orden, nadie sufriría y él cumpliría su turno tranquilo, listo para retirarse a su cálido hogar a las seis de la mañana a descansar. De pronto, en la esquina de la citada avenida y el Eje 6 Sur, un hombre con el impermeable empapado llama su atención pues manotea incesantemente. De inmediato y cumpliendo su más cabal sentido del deber, se detiene para ser increpado por su tardanza. ¡Pobres ciudadanos! Piensa, ¡no tienen idea de lo mucho que hacemos para preservar su integridad! Había ocurrido un choque en ese peligrosísimo crucero. Un auto color arena, de manera completamente irresponsable, se detuvo al ver la luz roja del semáforo. Como resulta obvio, el auto de atrás, gris, sin deberla ni temerla y víctima inclemente de las condiciones del asfalto, se estrelló inexorablemente contra la parte posterior del vehículo que de manera increíble se detuvo en el semáforo en rojo. La facia del auto arena quedó partida como con un hacha, daños terribles en el piso y la tapa de la cajuela y el tirón de la espalda de su atribulado conductor, un hombrecito redondo y galletoso cuyo tremendo pecado fue el detenerse ante la luz granate. Todo parecía marchar de manera normal, los carnívoros ajustadores de seguros se hicieron presente con la velocidad de un carrito de paletas para llenar el papelerío. De improviso, una llamada sacude al representante del auto gris: ¡La malvada corporación encargada de proporcionarle el servicio de seguridad y asistencia ha cancelado de manera unilateral la póliza que con tanto esfuerzo habían contratado! No había arreglo posible, el caníbal ajustador del auto arena había tasado los daños en una cifra astronómica que el pobre hombre no tenía manera de cubrir. Por eso fueron necesarios los servicios del oficial Erick López Herrera. No había arreglo y la intervención de la autoridad se hizo indispensable. Al ser viernes lluvioso y con la proximodad del alcoholímetro, todas y cada una de las unidades de tránsito se encontraban acuarteladas y listas para el operativo que salvaguardaría miles de vidas esa noche. El oficial Erick López Herrera se vio forzado a interrumpir su patrullaje para llevar a los conductores ante la autoridad correspondiente, no sin antes conminarlos a llegar a un arreglo civilizado, como lo hacen los hombres viriles, dijo. No hubo arreglo posible y en medio de la incesante lluvia, el convoy de patrulla, autos chocados y auto ajustador se dirigió al ministerio público más cercano, relativamente. Al llegar, el dolor ya hacía presa del hombrecillo galletoso y pidió que sus molestias fueran atendidas a la brevedad. El bravucón ajustador de seguros pidió los servicios médicos pero éstos no estaban disponibles. Atribulado y seriamente preocupado por la integridad física del conductor afectado, el oficial Erick López Herrera se ofrece voluntario a trasladarlo al impecable y eficiente Hospital de Xoco. La travesía transcurrió con los intentos del oficial Erick López Herrera de hacer sentir mejor al adolorido minimizando la gravedad de sus dolores de espalda e intentar que pensara en otra cosa, como el llegar a un arreglo con el otro conductor, pues de lo contrario, le esperarían interminables horas en el juzgado. La frase contundente del oficial Erick López Herrera fue: "Es que usted le está haciendo demasiado caso a su abogado". Dicho que provocó la ira del hombrecillo galletoso, quien, ingrato le espetó: "¡Pues claro! ¿A quién quiere que le haga caso? ¿A usted?" No hubo mayor problema con la salud del afectado y el silencio reinó la patrulla de regreso al juzgado. La esposa galleta estaba ya ahí con el abogado de colmillos afilados, ambos preocupados por el estado de la espalda del galletoso. El oficial Erick López Herrera siguió tratando toda la noche de conciliar, pero el abogado de colmillos afilados y la recalcitrante necedad del infractor por pagar menos del valor del daño no lograron que el oficial Erick López Herrera cumpliera su labor. Lo que él quería era terminar con este asunto lo antes posible, así podría regresar a su patrullaje y a donde él realemente pertenecía, a las calles; a cuidar de viva presencia a los ciudadanos. Como no encontró eco en sus sugerencias y al ver que las partes estaban ya cansadas de tanto negociar y esperar, decidió demorar el proceso lo más posible, todo con la sensible intención de que tuvieran algún tiempo para cerrar los ojos y descansar su mente de los problemas que se avecinarían. Así, desvió la atención de todos al dejar a las partes por un par de horas después de llevar los autos al corralón, teniéndolos bajo resguardo para evitar que se hicieran mas daño a ellos mismos o a otros autos. Un par de horas que le sirvieron al infractor necio, al abogado de colmillos largos y al hombrecillo galletoso y a su esposa galleta para aclarar un poco su mente y relajar sus músculos en los ergonómicos y comodísimos sillones de espera. El último intento del oficial Erick López Herrera por conciliar fue cuando acorraló al hombrecillo galletoso, lejos de su esposa y del abogado de colmillos largos y le dijo: "Ande, ¡agárrele su dinero!" Recibiendo un rotundo no por respuesta, la ambición desmedida del galletoso no conocía saciedad, claro, estaba escuchando demasiado a su abogado. Veinticuatro horas habían pasado cuando por fin se dio la resolución, el abogado de colmillos largos perdió la cabeza y dejó ir con una pena menor al infractor, obteniendo una cantidad menor a la pactada, ahora se iba sobre el hombrecillo galletoso pretendiendo que éste pagara por los daños morales ocasionados. No resultó, la negativa del galletoso a firmar nada y las hirientes palabras y demostraciones de hechos de la esposa galleta hicieron llorar al pobrecito abogado, ya no de colmillos largos, sino al tierno cachorro en que se había convertido. Derrotado y abatido, fue dejado en el medio de una pertinaz lluvia que no había cesado, para seguir atendiendo otro caso más. A lo lejos, el oficial Erick López Herrera disfrutaba viendo cómo todos obtenían su merecido. "La moraleja de esta historia", pensó, "es que hay quienes hacen bien su trabajo, pero hay otros que para hacer bien su trabajo, deben joder el trabajo y el tiempo de otras personas". Instantes después, el oficial Erick López Herrera se fue a su casa a flajelarse por haber fallado en su encomienda.

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